Una de las cosas que más me llama la atención del universo progre es la apasionada defensa que hacen de cualquier cosa que contribuya a destrozar la sociedad en la que viven.
Son como los esbirros de Fumanchú pero con barba de dos días.
Cuando se plantea cualquier tema que tenga que ver con el bien y el mal, ellos, sistemáticamente, se ponen del lado del mal.
A base de retórica de saldo, de consigna reiterada, de capotazos dialécticos para desviar la discusión hacia temas que nada tienen que ver con lo que se discute, se muestran siempre partidarios de lo que en cualquier mente normal (lo siento señor Sebastián, no se me ocurre otro adjetivo) produce repulsión.
Cuando se trata de violados y violadores, defienden al violador… si hablamos de humillar a las mujeres con prendas inadmisibles, se ponen del lado del Islam… si hay que anteponer el negocio de un criminal a la vida de un inocente, defienden al abortero…
La última indecencia que ha protagonizado nuestro gobierno de dinamiteros es liberar a un grupo de asesinos de ETA… porque – nuevamente – los derechos del asesino, para esta piara de sectarios, pesan más que los de la víctima.
Simpatizan con los malos, son así… lo malo les mola.
Algún día habrá que juzgarlos por alta traición… aunque no se si lo verán mis ojos.
¡Que hemos hecho, Señor, para merecer este castigo!