El uno de octubre de 2017, en Barcelona, murió mi padre.
Tuvo la suerte de entregar a Dios su alma justo antes de tener que contemplar - atónito - la payasada separatista del referendum que nunca fue... eso que se ahorró.
Para mi, todos los unos de octubre son, y serán para siempre, el aniversario del momento en que, entre mis brazos, exhaló mi padre su ultimo aliento para subir - sin duda alguna - a ese Cielo que con tanto amor y bonhomía se había ganado.
Mañana hará dos años que dejamos de poder mirarnos en el espejo de su ejemplo, de su serenidad, de su inteligencia, de su caridad... dos años en los que hemos tenido que aprender a vivir sin su consejo y la asombrosa negación de si mismo (en beneficio de nosotros) que le caracterizaba.
Ningún Torra, Rufian, Puigdemont o Jordi que valga va a empañar jamas el recuerdo que mi padre dejó al entregar su alma.
Pero la vida sigue, y mañana, los de siempre, volverán a la carga con su saco de mentiras y estupideces.
Y por el amor a la verdad (aún cuando nos duela) que nos inculcó a mi y a mis hermanos este hombre extraordinario que me dio la vida, no puedo menos que testificar lo que fue aquello.
Roto de dolor recorrí entonces las calles que separaban el Hospital de Sagrado Corazón y el pequeño piso donde me crié...
Al pasar por el que fue mi colegio hasta que terminé el bachillerato, el "Padre Mañanet", junto al cual, con el paso del tiempo, construyeron una comisaría de los Mossos d'Escuadra, había unas decenas de personas concentradas ante la pasividad dolosa de esa basura uniformada que habitaba el edificio contiguo.
No presté demasiada atención porque ya - con lo mío - tenía bastante, pero si que me llevé la impresión de que no era demasiada gente.
La escena debió repetirse en muchos otros colegios.
Las AMPAs - en manos de la chusma separatista - convocaron a las piaras para hacer bulto, y consiguieron que una buena cantidad de borregos se concentrase en los colegios de sus hijos.
Eran la misma chusma que días antes se prestaba a hacer caceroladas para intimidar a sus vecino... el miserable rebaño que se movilizaba para llenar de pintadas y lacitos amarillos las ya de por sí sucias calles de mi Barcelona natal.
Se sintieron héroes.
Tuvieron sus diez ridículos minutos de gloria frente a una policía que los trató como a personas en vez de darles lo que merecían... que - dicho sea de paso - es lo que dijeron (mintiendo) que les habían dado.
Hubo "muchisimos heridos" y ningún parte de lesiones... lo de siempre.
Y yo estuve allí... y lo vi.
Ahora se felicitarán por su valor sin apercibirse que de no ser por la profesionalidad de los Cuerpos de Seguridad del Estado, habrían pasado la noche en el hospital, perdiendo - de paso - cualquier deseo de vérselas con ellos otra vez.
La profesionalidad de una Policía que no sólo tuvo que bregar con esas envalentonadas piaras de tarados, sino que - además - lo hizo sin el apoyo, y a veces con la oposición, de los que tenían que hacer cumplir la ley... los sicarios uniformados del separatismo, la guardia pretoriana de Puigdemont, esa ridícula caricatura de un cuerpo policial: los Mossos d'Escuadra.
Vi como "el comando piolín" (así llamaban a la policía por alojarse en un barco que tenía la imagen de este personaje) intervenía... tratando de hacer el mínimo daño.
Ví como las masas enfervorecidas les insultaban, les escupían mientras - eso sí - se separaban como las aguas del mar Rojo ante Moisés... no fuera que algún valentón de barraca se llevase un mas que merecido escarmiento en forma de porrazo.
Valientes de chiste, chulos de feria... de esos que pueden hacer amonal en sus garajes, pero cuando se ven ante un policía como Dios manda se van de bareta.
Mañana, los de siempre, los que no tienen razón, ni honor, ni valor, ni vergüenza, celebrarán que el día uno de octubre hicieron una payasada monumental... y lo revestirán de heroísmo.
Pero yo estuve allí.
Y testifico lo contrario...
Heroísmo, lo que se dice heroísmo, la Policía Nacional y la Guardia Civil.
Lo que hicieron estos fue el idiota.