Hemos escuchado de labios de un venezolano aquella frase de “eramos libres y no lo sabíamos”. A día de hoy me acuerdo mucho de esa frase, porque quizá, en no mucho tiempo, repetiremos esta frase como una jaculatoria.
Lo digo, porque cuando era joven estudié que para ganar una batalla (o por extensión una guerra) era necesario que pudiesen materializar tres principios:
1) Voluntad de vencer. Sin la cual es imposible acometer cualquier batalla. Si un jefe no puede transmitir este deseo, es imposible obtener una victoria.
2) Capacidad de ejecución. Para hacer algo hay que saber como hacerlo, disponer de los medios y usarlos correctamente… y
3) Libertad de acción. El objetivo se alcanza cuando el enemigo no lo puede impedir. Conseguir la libertad de acción es prioritario. Es en definitiva, llevar la iniciativa.
A la luz de estos principios el análisis de lo que sucede en Cataluña es desesperanzador.
Se han cometido muchos errores, casi todos de omisión, y nuestro sesudo gobierno (por llamarlo algo) ha caído en la soberbia de pensar que el enemigo era insignificante.
No ha pasado por su cabeza el pensamiento de que estos “cuatro gatos” llevan cinco años preparando esto. Están organizados, fanatizados, bien dirigidos y tienen delante un enemigo que no puede hurtarles la libertad de acción.
¿No puede hurtársela?… quizá me he expresado mal: no QUIERE hurtársela.
En estas condiciones no hay batalla que se pueda ganar.
La balcanización que llevo, que llevamos, anunciando algunos agoreros desde hace más de quince años está llegando. De forma imparable.
Y llega en un mal momento o – quizá – porque estamos en un mal momento.
Llega cuando estos energúmenos se enfrentan al vacío… con la nada enfrente, su libertad de acción está asegurada.
No tiene solución pacífica.
No hay diálogo posible.
Vienen tiempos duros.
Eramos libres, y no lo sabíamos.