El que trate de implantar un Estado similar a una “democracia occidental” en un país islámico, se va a llevar como poco una sorpresa y, casi siempre, un disgusto.
En España pasa algo similar.
La sacrosanta transición nos cambió un modelo de Estado “normal” por una cosa absurda que sustituía la descentralización por el despedazamiento.
En Narnia, Westeros, Terabithia o cualquier otro país imaginario, este modelo basado en eso que llaman “solidaridad inter-territorial”, podría haber funcionado, pero en España, el país de cazurros con mas envidiosos por metro cuadrado del mundo, hablar de “solidaridad inter-territorial” es algo así como hablar de la naturaleza alegre, dicharachera y despreocupada de los pueblos nórdicos… una enorme y vistosa estupidez.
Porque en España, cada casa es un castillo y cada vecino el enemigo… aunque luego donemos los riñones o demos dinero para las hambrunas africanas.
De hecho me cuesta trabajo entender porque en un país de chorizos, donde roba todo el que puede y donde el amiguismo, nepotismo, favoritismo y otras cuantas palabras que terminan en “ismo” son el “panem nostrum quotidianum”, se escandaliza tanto la gente de que tengamos corrupción en la política.
Los políticos salen del mismo saco de miércoles que los taxistas, los médicos, los arquitectos, los abogados, los albañiles, los militares, los jueces, los bomberos, etc, etc, etc… no vienen de Marte o de Plutón. Y que sean impresentables se debe – sobre todo - a que ese conjunto de españoles que no forman parte de la mafia política los pone y los mantiene ahí.
Que al español la corrupción se la trae al pairo se ve cada vez que publican los resultados electorales.
Luego, los mas espabilados, nos intentan explicar a los mas torpes que esos resultados son fruto de “votos de castigo”, “redes clientelares” y cosas así… pero lo cierto, la verdad palmaria, es que el pueblo español no está capacitado para vivir en un modelo de Estado donde se tengan que tomar decisiones pensando en el bien común.
De modo que el “modelo autonómico”, que no fue una concesión de ilusos para contentar a los nacionalistas sino una traición a España en toda regla, ha llevado a nuestra agónica Nación a tener un modelo de Estado en el que sus ciudadanos no sólo no somos iguales ante la ley, sino que además pagamos diferentes impuestos, recibimos subvenciones distintas, nos educamos de diferente forma y – sobre todo - nos odiamos a muerte… un modelo en el que nadie quiere “ser español” (excepto cuando juega la selección).
En esta onerosa perversión de “democracia occidental” que estamos condenados a sufrir cada vez que intentamos implantar una, cualquier tarado que base su discurso en simplezas de taberna tiene acogida. Es más, tiene mejor acogida si en vez de decirlas las grita como una verdulera y – de paso – insulta al que tiene al lado.
En esta democracia que nos hemos dado, el odio da votos… y eso es así porque el español, genéticamente hablando, está diseñado para responder a ese estímulo.
Por eso, desde que España es España, cada cuarenta años o menos nos cosemos a puñaladas los unos a los otros... y me da la sensación que – tras setenta y pico años de convivencia - ya estamos tardando.
Menos mas que los de “Podemos” (con la ayuda del PSOE), los de Mas y los de Urkullu, han llegado para remediarlo.