miércoles, 22 de mayo de 2013

Educación

En España la educación es un desastre.
Y eso se debe, en mi opinión, a varias cosas.
En primer lugar tenemos una sociedad blandita y maleable que ha renunciado al esfuerzo como vehículo del triunfo.
Por otra parte, no sé si como causa o efecto de lo anterior, una buena parte de los progenitores (A, B o ambos) han renunciado a educar a sus hijos en aras de pagar una hipoteca desmesurada, un coche de lujo y un televisor de cincuenta pulgadas. A este efecto tan palpable lo vamos a denominar “inversión de valores”, ya que lo importante pasa a ser accesorio porque lo accesorio se vuelve importante.
Como el cuerpo educativo se nutre de esta inconsistente sociedad, encontramos en la educación pública profesores de escaso nivel intelectual que en muchos casos están mas preocupados por adoctrinar a sus alumnos que por educarlos.
Los pocos formadores que en esta sopa de inútiles tratan de cumplir con su obligación, están abocados a la baja por depresión, ya que su trabajo se convierte en una frustrante lucha contra los molinos de una legislación docente absurda, un alumnado intratable y la oposición de los padres del “zangalitrón” (mezcla de zángano y litronero) a que sus hijos aprueben las asignaturas mediante el esfuerzo.
Y todo esto se sustenta sobre la mentira de que todo el mundo tiene derecho a estudiar.
Esta última afirmación, sin duda, le habrá sorprendido… y por eso voy a matizarla.
Derecho, lo que se dice derecho, a estudiar, tiene todo aquel que de muestras de querer hacerlo.
En la educación pública el esfuerzo económico de la formación recae sobre la sociedad en su conjunto. Estos chavales estudian gracias a nuestros impuestos, los profesores cobran su sueldo de nuestros impuestos y los edificios donde cursan los estudios se mantienen gracias a nuestros impuestos.
El patán que no estudia porque no le sale de donde dijimos, que se enfrenta a los profesores, que monta “mafias” de chulánganos en los institutos, que repite curso tras curso, no tiene – en mi opinión – “derecho” a que se le subvencione la educación.
Y no es que “en principio” no tenga ese derecho… es que lo pierde por su mala cabeza.
El profesor que se dedica a adoctrinar a sus alumnos no merece el sueldo que le pagamos “todos” lo españoles. Porque su sueldo se lo pagan los españoles de izquierdas, de centro y de derechas… ya sean religiosos, agnósticos o ateos. Así que el sindicalista de barrio que ejerce de profesor, en esa enseñanza costeada por los bolsillos del contribuyente, simplemente sobra.
¿Dónde reside el fracaso escolar?
En tres factores: unos padres que renuncian a educar a sus hijos, unos profesores incapaces de enseñar y una sociedad que permite la existencia del “zangalitrón”.
Las sucesivas leyes educativas que han puesto en marcha los socialistas con la aprobación tácita (o debería decir desidia) de los populares, nos ha llevado a crear un entorno en el que los factores del fracaso escolar campan a sus anchas.
Y eso hay que corregirlo.
Pero de nada servirá hacer leyes que nadie cumpla.
Hasta que no cojamos el toro por los cuernos y sustituyamos la “pedagorrea” por el sentido común, asumiendo la responsabilidad de hacer de nuestros hijos seres capaces de sacar esta sociedad del fango, no habrá ley que aguante una legislatura.
A nuestros políticos los doy ya por perdidos, pues viven una realidad tan alejada de la calle, del día a día, del respeto al pueblo que dicen servir, que no podemos contar con ellos para esta tarea.
En sus inactivas manos, asumámoslo, hasta la educación terminará siendo un problema de orden público.

sábado, 18 de mayo de 2013

Esto que tenemos


Admito que hoy no me he levantado demasiado optimista, pero – convendrán conmigo – que el panorama no es para estarlo.
Hay una crisis económica, es verdad… pero es la crisis de un millonario.
España está al borde de una ruina económica que quisieran para sí muchos países del mundo.
La lista de países que viven mejor que nosotros es pequeña si la comparamos con los que viven peor.
De hecho, los que viven mejor que nosotros solo viven “un poco” mejor que nosotros, mientras que los que viven peor que nosotros, viven “mucho” peor que nosotros.
Y para llegar a esta conclusión basta con echar un somero vistazo a Hispanoamérica, África, Asia, Oriente Medio, e incluso la misma Europa, donde hay muchos países donde la “clase media” vive en unas condiciones de precariedad que a la mayor parte de nosotros nos parecerían insoportables.
No es la crisis económica lo que me preocupa.
Lo que me preocupa de verdad es la crisis moral, espiritual o ética (elija la que usted prefiera) en la que vive esta sociedad a la que pertenezco.
Es posible que no estemos pasando por la peor de nuestras épocas… pero ésta es la única que conozco de primera mano y la única – por lo tanto – que puedo juzgar con equidad.
Ayer contaba una amiga que su hermana tuvo que cerrar la casa y trasladarse a Madrid a recibir un tratamiento hospitalario que culminó, en unos meses, con su inevitable muerte.
Al ir a desmontar la casa de la difunta se encontraron con que la “asistenta” se había llevado de la casa una serie de cosas. 
No eran cosas demasiado caras: una olla exprés, un robot de cocina, una aspiradora… pero dado que no eran suyas, podemos concluir que – simplemente – las había robado aprovechando las circunstancias. 
No robó comida, no se apropió de medicamentos… se hizo con artículos de lujo.
Y eso es un “indicador”, un testigo, una muestra inequívoca de que vivimos en una sociedad enferma.
No es que robe un banquero, un político o el yerno del Rey… es que en España roba todo el que puede.
Porque el “estado del bienestar” (responsable en parte de nuestra ruina) se ha basado en políticas generadoras de chorizos, de vagos, de cínicos y de sinvergüenzas.
Se ha subvencionado hasta la nausea a quien no lo merecía… y se ha creado la sensación de que por el mero hecho de nacer español, sin hacer cosa alguna, sin aportar mérito o trabajo, tiene el ciudadano “derecho” a que le paguen los cafés.
Y eso, unido al egoísmo patológico del español, es lo que va a hacer que tardemos un par de lustros más de lo estrictamente necesario en salir de esta crisis.
No hemos vivido “por encima de nuestras posibilidades”, hemos vivido “por encima de nuestro merecimiento”.
Y ahora, acostumbrados a que nos den la comida masticada, resolvemos los conflictos con “escraches”… 
Al suprimir el mérito y la honradez de la ecuación del triunfo social nos hemos convertido en una sociedad indigna del bienestar que exigimos.
Hay que regresar a los valores inmutables… no necesitamos centenares leyes, con una decena de mandamientos debería ser suficiente.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Responsabilidad


A una edad muy temprana aprendí de mis mayores que los actos y la responsabilidad van siempre de la mano.
Aprendí que las cosas hay que sopesarlas antes de hacerlas, calcular – aunque sea someramente – las consecuencias que podrían acarrear nuestras acciones y, llegado el caso, asumir las responsabilidades.
En la asunción de responsabilidad siempre vi una virtud, una muestra inequívoca de hombría, de entereza, de valor… lo contrario no era de recibo para cualquiera que aspirase a vivir de pie.
Y casi siempre, en ello había un mucho de actitud personal y un poco de presión social… y hablo de la España que viví en mi infancia que, con sus claroscuros, fue indiscutiblemente mejor que la sociedad porcina en la que sobreviven mis hijos.
Los actos conllevan responsabilidades.
Si bebes mas de lo razonable, lo suyo es que no conduzcas. Porque si coges el coche con los reflejos mermados, te pones en una situación en la que la probabilidad de tener un disgusto adquiere un valor intolerable.
Puede que no pase nada… o puede que sí.
Y si pasa lo peor, si arrollas con tu coche a un inocente… ¿eludirás la responsabilidad?
Y si tratas de eludirla ¿te dejará hacerlo la ley?
Son preguntas retóricas… su respuesta es evidente.
Y no se trata de lo que tu querías que sucediese. Doy por supuesto jamás planeaste verte en ese trance, que no hubo voluntad de dañar, que no eras del todo consciente de lo que pasaba… pero una vez hecho el daño, ¿asumirás la responsabilidad?
La muerte de un inocente pone de acuerdo a todo el mundo cuando de un accidente de tráfico estamos hablando, pero cuando los dados se tiran en otro contexto y el inocente pesa apenas un centenar de gramos, la cosa cambia.
Al igual que con el alcohol y el coche nos encontramos frente una imprudencia, pero en este caso concreto, la sociedad permite la muerte del inocente sin exigir cosa alguna al irresponsable.
¿Somos responsables de nuestros actos? ¿O solo de unos si y de otros no?
Y si eso es así… ¿de que demonios estamos hablando?
Y por último, ¿que pasa con el inocente?

martes, 14 de mayo de 2013

La incógnita a despejar


Ciertos temas han sido sometidos – en los últimos siglos –  a un sinfín de reflexiones.
La vida humana, y el derecho a disponer de ella, ha hecho aflorar ríos de tinta… me cuesta trabajo creer que se pueda decir algo al respecto que no se haya dicho ya.
Me llama poderosamente la atención que en una sociedad tan entregada a la defensa de los “derechos” de los animales, tan “concienciada” con la ecología y el medio ambiente, el nasciturus sea tratado con un desprecio tan oneroso.
También me asombra la falta de coherencia intelectual de aquellos que se oponen radicalmente a la pena de muerte pero defienden el aborto, la eutanasia o la eugenesia… como si tales acciones se aplicasen sobre objetos ajenos al ser humano.
En su temeraria inconsistencia intelectual, los arriba mencionados se manifiestan defensores de las focas, las ballenas, los toros, los perros y los gatos e – incluso – de los embriones de los animales… pero sin embargo, cuando se trata del nasciturus, no saben o no contestan.
Si te manifiestas defensor de la vida humana desde su concepción, te tildan de fascista, carca, retrógado, talibán… y si además dices que te gusta el Arte de Cúchares, apaga y vámonos.
Es asombroso.
Yo, personalmente, aunque durante muchos años me he manifestado defensor de la pena de muerte, tras meditarlo con detenimiento, he cambiado de opinión. Ahora me opongo a ella.
En su lugar defiendo una larga, larga, larga condena que permita al asesino arrepentirse de sus actos. Si en el transcurso de esa condena el asesino puede ir haciendo carreteras secundarias a pico y pala, mejor que mejor… así, al menos, se podría ganar el tan inmerecido sustento que percibe de la sociedad a la que ha atacado con sus crímenes.
Defiendo la vida humana desde su concepción hasta su muerte. ¿Tan raro soy?
Creo que una vaca, un toro, una ballena o un perro de aguas no tienen “derechos” equiparables a los de un ser humano. No los tienen porque, sencillamente, no son objetos de derecho.
Las abortadoras convencidas no defienden el derecho de la madre a “elegir”, defienden el derecho a follar sin cabeza (y perdonen lo recio de la expresión)… y eso, señores, es otra cosa.
Y – por favor - no me vengan con el caso pietoso de la pobre huerfanita… para los casos especiales se hicieron las excepciones.
Para todo lo demás, apliquemos un criterio que defienda al débil… ese ser en proyecto que no debe, en ningún caso, hacerse responsable del comportamiento de sus progenitores.
Señor Gallardón, ¿nos va a decir de una vez lo que piensa hacer?, porque yo, visto el comportamiento de sus compañeros de partido, cada vez tengo mas claro que no va usted a hacer nada.
Y ya huele.

lunes, 6 de mayo de 2013

Sin comentarios


"Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no con bienes, sino con favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias y no por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino que, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare en que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio,  entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada."

AYN RAND (1950)

sábado, 4 de mayo de 2013

Lebensunwertes Leben


El título de esta entrada es un término acuñado por los nazis en Alemania para designar lo que ellos consideraban “vida indigna de ser vivida”.
Se usó profusamente en las políticas de eugenesia y esterilización forzada para la obtención de una raza “genéticamente sana”.
Con el paso del tiempo en este saco que justificaba el asesinato de discapacitados físicos y deficientes mentales, fueron entrando los sujetos a enfermedades hereditarias, los homosexuales, los delincuentes, los religiosos y – ya puestos – los disidentes políticos.
La diferencia con el aborto era que aquí el crimen se cometía sobre el niño (y no tan niño) ya nacido… de ese modo había “seguridad” de que la sociedad se deshacía de una “vida indigna de ser vivida”.
Y ciertamente, el tema tiene su lógica.
Si establecemos que vidas pueden ser vividas y cuales no en base a criterios genéticos, lo que hacían estos “científicos” era bastante sensato.
En España, a día de hoy, la izquierda defiende a capa y espada el “derecho a decidir” de la madre frente al “derecho a vivir” del hijo.
En esta disquisición entran factores genéticos desde el momento que se puede hacer “dignóstico precoz” en el feto… si lo que viene es un “mongolito” se le hace pedazos y asunto liquidado. De hecho los niños con síndrome de down están desapareciendo de nuestra sociedad.
Pero casi siempre, lo que prima en el aborto son condicionantes económicos y sociales… y un ánimo evidente de lucro en los aborteros.
No voy a juzgar a las abortadoras, aunque creo que en la mayoría de los casos el “derecho a decidir” debería ejercerse antes de la concepción, cuando no hay “vidas indignas de ser vividas” (incluso “dignas de ser vividas”) por medio… cada una es cada cual y allá ellas con su conciencia, pero sí que deseo juzgar a una sociedad que asume una “ley de plazos” como algo “normal” y que considera que tratar a la mujer y al nascituri como ganado, es progresista.
En esto nos hemos convertido.
Cuando hablamos de la "filosofía de la muerte", la zarrapastra se rasga las vestiduras... pero - que yo sepa - los que defienden el aborto, la eugenesia y la eutanasia son siempre los mismos: “los progres”.
Que el marxismo no ha tenido nunca el menor respeto por la vida es un hecho dolorosamente constatado sobre los cien millones de muertos que (guerras aparte) hizo esta ideología al mundo en el siglo XX, así que sobre la patología que sufren los seguidores de Carlitos, no voy a hablar, pero sobre la menguante “socialdemocracia” que padecemos si desearía hacer una reflexión.
Porque últimamente, cuando oigo hablar a Elena Valenciano y sus secuaces, me parece estar escuchando a Hermann Goering.