Desde pequeño he podido constatar la animadversión ideológica que la izquierda radical (por ponerle un adjetivo a la izquierda) tiene hacia la chaqueta y la corbata y, en muchas ocasiones, al agua y el jabón.
Si bien hace un siglo disponer de un traje en condiciones era algo que no estaba al alcance de cualquiera, desde hace ya muchos años eso no es así… la irrupción del “pret-a-porter” ha obrado el milagro.
De hecho, vestir como un mendigo o como un leñador de Canadá es mucho mas caro que llevar el tradicional traje con corbata… otra cosa es que uno parezca un fantoche o que tenga un gusto atroz para combinar camisas y corbatas, pero la excusa de precio (dense una vuelta por Primark) ya no existe.
Sucede además que la indumentaria tiene un significado social.
Cuando se acude a una fiesta, a una boda o a un acto relevante, lo correcto es que uno vista de forma adecuada, es decir, un poco mas “elegante” que cuando se va a ver el futbol en un bar.
Lo mismo sucede cuando se va a alguna parte “en representación de”… por deferencia a los representados, el representante debe esmerarse en cuidar su higiene y su indumentaria. Es una cuestión de respeto.
Por eso, cuando veo a nuestros diputados (generalmente de izquierda bolivariana, maoísta, neoestalinista o – directamente - ácrata) aparecer por el Congreso en bicicleta, vestidos de ir al Carrefour y con aspecto de no haber visto una ducha en tres días, no me queda otra que concluir que su desaliñado aspecto se debe a algún complejo ideológico o a alguna declaración de principios relacionada con los palominos de los gallumbos.
En cualquier caso, esos representantes del pueblo español (que lo son aunque no entiendan lo que ello significa) deberían, por respeto a sus votantes y al sueldazo que se les paga, pasarse por el Corte Inglés y hacerse con un par de equipamientos acordes a la “dignidad” del cargo que detentan.
El espectáculo lamentable que dieron estos populistas hipócritas, convirtiendo la Cámara Baja en el Rastro un viernes por la tarde, pone de vistoso manifiesto la clase de mendrugos impresentables que el pueblo soberano ha “decidido” que hay poner al frente de su destino.
Poner al frente de los designios del Estado a un pollo que no sabe hacerse el nudo de la corbata o que parece que acaba de bajarse de un andamio, no puede traer nada bueno… porque si son así en lo pequeño, ¿cómo serán en lo grande?