Mientras lidio con mi tradicional catarro de fin de año, en mi Barcelona natal, haciendo tiempo para comenzar la ronda de visitas a familiares y amigos, me detengo en un kiosco y adquiero un periódico para, a la lumbre de un café con leche y un croissant, empezar el día informado de los eventos mas significativos de la actualidad nacional.
Durante la ingesta del desayuno en uno de esos cafés postmodernos donde las camareras, vestidas de negro y con gorrito, parecen sacadas de las páginas de “Shogun”, hojeo desprovisto de pasión alguna el rotativo de tirada nacional (edición catalana) que acabo de adquirir.
El periódico seleccionado contiene un suplemento de “viajes” donde se analizan los pros y los contras de elegir un destino u otro para disfrutar de una breve estancia… y – si me permiten el exabrupto – es lo único decente que trae.
Un tercio del rotativo está dedicado al heredero guapo del presidente tonto que, con los resultados electorales más débiles de la historia reciente de su partido (desde su refundación allá por los setenta) pretende gobernar España.
La merienda de negros del coleta morada (partido de partidos formado por asambleas de juntas que se agrupan en círculos temáticos de tribus urbanas) sabedores de su condición de “llave” de gobierno, tientan al guapete con la manzana del pacto, marcando – eso sí – unas directrices que, lejos de ser incumplibles, tienen un inconfundible aroma a cianuro.
Y el émulo guapete del tonto intercontinental, deshojando la margarita, se enfrenta a las hienas que lo auparon sabedor de que la disyuntiva es gobernar o desvanecerse. Formar un gobierno en precario con regustillo a almendras amargas o desaparecer – derrotado – del panorama político.
A todo español sensato (con los demás no cuento) la posibilidad de enfrentarse a una reedición del “frente popular”, le pone los vellos como escarpias… porque el nuevo “frente popular”, extinta la URSS, se refleja en el espejo del chavismo bolivariano, una realidad que (según estadísticas recientes) genera tres muertos por hora.
Pero sucede que en España, a diferencia de lo que sucede en el resto del mundo, los ciudadanos votan pensando en las maracas de Machín, no en el bien de la Nación… y por eso, y por la mala leche que nos gastamos (que es el único producto que podríamos exportar con éxito) estamos donde estamos.
Aquejados del síndrome del suicida, los españoles andamos estudiando si es mejor empacharse de barbitúricos o abrirse – directamente – las venas en canal.
¿Y saben que es lo mas gracioso?
Que los que pueden evitar que nos abramos las venas en canal hace ya muchos años que andan sumidos en la sobredosis de barbitúricos.
Que este año 2016 reparta suerte, porque si reparte justicia…