Con mucho, lo que mas me preocupa de estas últimas elecciones es el millón largo de votos que ha obtenido esa cosa con programa denominada “Podemos”.
“Podemos” tiene un programa – que por supuesto nadie se ha leído – en el que se persigue dotar a España de un régimen similar al que mantiene Nicolás Maduro en Venezuela o al “paraíso” de los Castro en Cuba.
Pablo Iglesias a base de populismo y simplezas de taberna, ha aglutinado el voto de los cabreados y de los que todavía (a estas alturas de siglo) se creen las estupideces que propaga la maquinaria de agit-prop de nuestra miserable izquierda.
Admito que se me hincha el hígado cada vez que escucho a algún becerro hablar de la utopía… y eso es así porque mi medio siglo de existencia me ha permitido constatar varias cosas:
Primero, que los gestores de utopías son, generalmente, una partida de sinvergüenzas, que se limitan a alimentar el odio atávico que siente el ser humano por todos aquellos semejantes que viven mejor que él.
Segundo, que las utopías están muy bien para sociedades formadas por autómatas de feria, pero se adaptan poco a sociedades compuestas por seres humanos.
Tercero, que la masa dispuesta a perseguir utopías, suele estar formada por gente que usa la cabeza para embestir, no para pensar.
Cuarto, que la persecución de utopías conlleva una inexplicable fobia a los contenedores de basura, el mobiliario urbano, los escaparates de las tiendas, los cajeros de los bancos, la policía (municipal, autonómica y nacional) y a todo aquel que no crea necesario perseguir la utopía.
Una parte considerable de los perseguidores de utopías de mi generación, se pasó hace mucho tiempo a los wisquis de doce años, los chaletones en la playa y los coches de lujo, hozando con deleite en los lodos del capitalismo mas miserable, aunque siguen conservando de su utópica juventud – eso sí – la superioridad moral con la que te juzgan por tener una visión distinta de la vida.
Otra cosa que me han enseñado los años es que cuando hay un grupo humano engalanado por alguna tara social, surge siempre un iluminado dispuesto a dirigirlos, portando el estandarte de los tarados – casi siempre – para dar satisfacción a un ego desmedido.
La juventud española, fruto de esta sociedad de miércoles en la que vivimos, padece como ninguna el efecto del odio irracional que proporciona la ausencia de futuro.
No están cualificados, no soportan la disciplina, no aceptan la autoridad y no están dispuestos a sacrificarse por nada… cualidades todas que van en detrimento de la obtención de un trabajo remunerado. Podrían trabajar si tuviesen los redaños de sus abuelos, que se echaron a la espalda una posguerra sin emitir una sola queja, pero no tienen esa pasta… nacieron señoritos en una sociedad de blandengues.
La culpa de que no sean capaces de leer un libro la tiene sin duda el Cardenal Rouco, el Banco de Santander, Francisco Franco y Angela Merkel… por ese orden, ya que ellos (hasta ahí podíamos llegar) están fuera de la ecuación.
Están tarados por el odio… y para darse cuenta de ello, no hay mas que verlos cuando se manifiestan por cualquier cosa.
Que existan es preocupante, pero que aparezca alguien dispuesto a organizarlos pone los vellos de punta.
Porque el problema de las utopías es que las carga el diablo.