Hay mensajes que calan en la sociedad como esa llovizna tenue que unos llaman chirimiri y otros calabobos. Son mensajes cuyo enunciado no admite crítica. Sirven para zanjar discusiones y cerrar bocas, pero son mentira.
La fuerza de estos mensajes radica en que al remover nuestros mas atávicos sentimientos, generan un ruido que nubla por completo a la razón.
Presentan problemas a los que se ha liberado de aquellas variables molestas que podrían dar una solución diferente a la deseada. Si la realidad se aleja de la utopía es porque la realidad – evidentemente – está mal.
Hoy he escuchado uno de esos mensajes referidos al sistema educativo.
No les revelo nada, están ustedes hartos de escucharlo: “Con los recortes en … (las becas, los profesores, el material escolar... ponga lo que usted prefiera) van a conseguir que sólo puedan estudiar los hijos de los ricos”.
Este escopetazo nos llega directamente al corazón… ¡Cómo vamos a permitir semejante injusticia!... La sola idea de pensar que ese muchacho, hijo de una familia humilde, no pueda a llegar a ser neurocirujano por lo perverso del sistema, nos pone los pelos como escarpias. Y además, que ese tarambana, hijo de papá, que no sirve ni para hacer leña, se pueda permitir el lujo de estudiar y el hijo del pobre no, se nos antoja una injusticia insoportable.
Pero en esto faltan – como siempre - algunas variables.
Nacer en el seno de una familia rica no es algo que pueda elegirse.
Yo, por ejemplo, no nací rico, pero tampoco nací pobre. Puedo decir que formé parte de esa masa ingente de familias de clase media que pasaban sus apurillos para llegar a fin de mes. En mi infancia no hubo excesos de ningún tipo, y los cuatro hijos de mis padres tenemos formación universitaria (en universidades públicas, por supuesto).
Nos guste o no, tenemos que jugar con las cartas que nos dan al principio de la partida… y si son malas, como dicen los franceses: “désolé”.
El juez Garzón, por poner un ejemplo, estudió la carrera en la portería de un edificio de Madrid en el que su padre ejercía de portero. No se puede decir que empezase su vida con un trio de reyes y dos jotas.
El rico – dada su capacidad de elección – puede decidir si manda a su hijo a una institución pública o a una privada… y generalmente opta por una privada.
Antes no era así, pero en la actualidad, esa preferencia de los ricos por la educación privada se ve respaldada por el hecho de que la formación que se imparte en las instituciones públicas – en muchos aspectos – deja bastante que desear.
(Sinceramente pienso que si a ese cabeza de familia humilde le dejasen elegir, permitiéndole – al margen de consideraciones económicas – dar a su hijo la educación que quisiera, casi seguro, la elegiría privada).
Si el estudiante es bueno y merece la beca ¿Vamos a negársela por su cuna?
Y si es malo ¿Hay que dársela por su origen?
El derecho a recibir educación no debe interpretarse como la obligación del Estado de gastarse un dineral en quien no quiere estudiar.
La única enseñanza a la que un individuo puede tener derecho es la que te saca del analfabetismo… a partir de ahí, si demuestras que quieres estudiar, debemos apoyarte como sociedad, pero si no das señales claras de estar dispuesto a salir adelante, si pierdes el tiempo en la “Uni” y te dedicas a montar broncas y a repetir cursos… ¿Porqué tenemos que pagarte los estudios? ¿Por pertenecer a una familia modesta?
Y ya puestos ¿Para qué demonios sirve un Erasmus?