En Pakistán Rimsha Masih, una niña cristiana de 11 años va a ser ajusticiada por blasfemia.
Evidentemente la blasfemia es contra Alá y los juzgadores son musulmanes.
La niña, además, tiene síndrome de Down, como certifica un informe del hospital de Islamabad... pero eso, a sus captores, parece darles igual.
La ley por la que se juzga el delito data de 1986 (nadie piense que esto es cosa del siglo XV), y lo que hay detrás, no les quepa duda, es que la niña es cristiana.
Los musulmanes defienden que el Islám no es malo en sí mismo y que sólo unos pocos lo utilizan como un parapeto tras el cual cometer toda clase de desmanes... y puede que tengan razón, ya que el Islám - como religión - la practican alrededor de 1.200 millones de personas.
Pero – que casualidad – en casi todos los conflictos activos en el planeta Tierra, hay musulmanes enarbolando el Corán. Musulmanes contra cristianos, musulmanes contra budistas, musulmanes contra indúes, musulmanes contra musulmanes...
Imagino que si los cristianos usásemos el Antiguo Testamento como código penal haríamos también cosas muy curiosas, pero no es así. La existencia del Nuevo Testamento deja meridianamente claro a los cristianos que una animalada como la que quieren hacer en Pakistán es inviable.
Y eso, es independiente de la existencia de un Papa que ponga orden, cosa que – al no existir en el mundo islámico – permite que afloren iluminados (con sus correspondientes seguidores) en todas partes.
Occidente, que lleva siglos separando política y religión, va caminando hacia un ateísmo suicida que se materializa por el creciente odio hacia todo lo que signifique religión (quizá debería decir hacia todo lo que signifique religión católica o de raíz cristiana, porque curiosamente, a los que les molesta que yo vaya a misa, parece no molestarle en absoluto que le pongan una mezquita, o un centro budista al lado de su casa)... sin embargo, en los países bajo la influencia del Islám, la tendencia es la opuesta.
Un conocido judío, residente en Israel, me contaba que el acceso al poder político de los ayatolas tiene una cierta explicación en la corrupción generalizada de la sociedad civil en los países islámicos. Concretamente recalcaba el hecho de que los ayatolas no saquean a su pueblo para acumular riquezas y, donde hay hombres “de fe” al mando, las comunidades perciben una distribución mas justa de la riqueza... de modo que prefieren un dictador religioso a un dictador a secas.
Como hombre con principios religiosos, admito que Occidente no es un ejemplo a seguir. Entiendo que contemplen la asquerosa sociedad en la que nos hemos convertido como algo que no hay que imitar... pero con todos sus defectos, en el occidente de raíces cristianas, es muy difícil conseguir una pena de muerte para un menor con síndrome de Down.
Y ahí radica la diferencia.
Por eso, cuando veo la complacencia con que permitimos la proliferación de mezquitas en España, y la benevolencia con que se trata a quienes vienen a someternos a sus costumbres, no puedo menos que acordarme de lo que decía un ácido humorista en uno de sus diálogos: que si en el himno de España apareciese la palabra “valiente” cerca de la palabra “español”, en medio, inevitablemente, tendría que estar la palabra “gilipollas”...
Valiente gilipollas está hecho el español.