domingo, 29 de mayo de 2011

Regeneración

Todo lo que acaba en “público”, menos el panfleto trasnochado de Gargamel, debe ser escrupulosamente respetado.
Público es el dinero que los sociatas derrochan y se regalan unos a otros, públicos los espacios en donde acampa la zarrapastra, público el mobiliario urbano que los vándalos destrozan, público el suelo con el que lubrican la maquinaria de corrupción que se asienta en nuestros ayuntamientos… lo único público que se respeta un poco en este país son las bibliotecas, y probablemente es así porque los alérgicos al desodorante y a lectura no las frecuentan.
El trato que da nuestra juventud (no toda, sólo los de siempre) a lo público, hace pensar en la necesidad de una auténtica regeneración social… porque si cada vez que un equipo español gana una copa en Europa hay que detener a ochenta y cuatro energúmenos, la cosa no funciona.
Quizá, esta crisis espantosa que padecemos, si dura lo suficiente, llevará a una buena parte de la población a replantearse sus prioridades, porque el hambre es muy mala y dedicarse a ganar el sustento es agotador, de modo que después no quedan ganas de destrozar farolas.
En cuanto a los aspirantes a “millonario-progre-fashion” (sin dar palo al agua, of course) que acampan impunemente en nuestras plazas, creando ya lo que era un previsible problema de salubridad, habría que hacerles entender que lo que están haciendo no es un uso adecuado de un espacio público.
Esa lección tenían que haberla aprendido en sus casas, de pequeños, de boca de sus padres… no hace falta una asignatura escolar para explicar al niño que el prójimo es un igual y que los límites de la libertad individual se trazan entre ellos: donde empieza el tuyo, acaba el mío.
Pero sus padres estaban muy ocupados en “cambiar el mundo” wisky en mano… muy ocupados en dejarnos una herencia que tardaremos tres generaciones en sanear.
Los moratones físicos que lucen los aporreados deberían traducirse en moratones económicos en las cuentas corrientes de sus padres… esos que cuando tenían que educar, estaban muy ocupados adorando al carnero.
De los que – además – aplauden el comportamiento “comprometido” de los niños, ya ni hablemos.
Y no lo digo por decir, conozco a un par de ellos… y usted también a poco que busque.