El astracán, literariamente hablando, es un subgénero de teatro cómico que estuvo de moda en el primer tercio del siglo veinte en España.
Su principal valedor, Pedro Muñoz Seca, nos dejó “astracanadas” geniales como “La venganza de Don Mendo”, “El verdugo de Sevilla”, “Los estremeños se tocan” o “Anacleto se divorcia”…
Admito que me encantan las astracanadas y disfruto como un niño cuando releo a Muñoz Seca, a García Álvarez o a Carlos Arniches, que también cultivó este género con mano maestra.
Es más, me atrevo a decir que si hay un género teatral de moda hoy en España es precisamente ese: el astracán.
Lo que pasa es que las astracanadas que contemplamos en España, seguramente por no ser interpretadas tras las candilejas, producen más espanto que otra cosa.
La última astracanada con la que nuestro ínclito shoemaker y sus alegres comadres nos han regalado la existencia es lo que ya se conoce como el senado de los pinganillos.
Para los hipotéticos lectores que no sepan el argumento de esta astracanada les puedo hacer un resumen.
Unos funcionarios que viven como curas de los de antes (que los de ahora llevan muy mala vida) a cuenta del dinero que aflojamos los españoles trabajadores, se ven obligados a reunirse cíclicamente para debatir temas de interés general en un sitio que se denomina “el senado”.
Todos son españoles, han nacido en España, se han educado en ella y – por lo tanto – hablan español.
Algunos lo hablan mal porque lo de “se han educado” no es del todo cierto… de hecho algunos sudarían tinta-china si tuviesen que ganarse la vida trabajando en la empresa privada, pues la formación que fueron capaces de adquirir no alcanza para mucho, pero podemos – no obstante – dar por sentado que son capaces de expresarse con cierto aseo en la lengua de Cervantes y de un servidor.
Bueno pues para que la astracanada tenga consistencia han decidido que dependiendo del lugar de España en que estén empadronados usarán diferentes lenguas o dialectos, de tal modo que el resto de los presentes en la sala tengan que ponerse un auricular (vulgo pinganillo) a través del cual un traductor simultaneo irá poniendo en claro lo que el otro español dice en, por ejemplo, euskera.
Esto, en manos de Muñoz Seca, daría para una trilogía, pero en manos de nuestros prebostes no da ni para broma de mal gusto.
Lo peor de la comedia es que – encima – cada reunión de estos señores le cuesta 12.000 euros al erario… una cantidad que, a cualquiera de los casi cinco millones de parados que tenemos en España, daría para subsistir un año entero.
Pero yo creo que aquí no estamos hablando de dinero, estamos hablando de vergüenza torera…
Algo que, a todas luces, no tienen nuestros senadores.
PD. Creo que - animados por el ambiente festivo - los traductores se han sublevado porque 500 euros por sesión les parece poco como emolumentos... yo - que quieren que les diga - me parto la caja.
Algo que, a todas luces, no tienen nuestros senadores.
PD. Creo que - animados por el ambiente festivo - los traductores se han sublevado porque 500 euros por sesión les parece poco como emolumentos... yo - que quieren que les diga - me parto la caja.