El episodio de Eduardo García Serrano, que comenté hace un par de días, me ha hecho dar muchas vueltas al tema del respeto ajeno.
Me doy cuenta que hay determinados seres vivos – de esos que han superado felizmente la barrera de las catorce semanas – que no me producen ningún respeto.
Sucede, además, que no los conozco personalmente. Mi falta de aprecio, de elemental respeto, de consideración humana, se basa en las iniciativas que acometen contra la sociedad a la que pertenezco.
El caso de Marina Geli es uno de ellos.
No sé si será buena o mala persona, tonta o lista, alta o baja… pero me consta, por sus actos, que no se hace acreedora de respeto alguno.
En esta sociedad de orates en la que me veo obligado a subsistir, por imposición de gente como Marina Geli, estamos abocados a tener que aceptar como normales cosas que – no hace aquí tanto tiempo, y en sociedades bastante más civilizadas que la nuestra – se consideran delitos.
Asesinar a un feto de catorce semanas, fomentar la promiscuidad y los comportamientos desordenados en los adolescentes, permitir e incluso apoyar el ataque a los sentimientos religiosos de una nada desdeñable cantidad de españoles, son ejemplos de lo que digo.
En el sacrosanto nombre del progreso, esta partida de incalificables nos está conduciendo a etapas de la historia que dieron al traste con imperios enteros.
Y puestos a hablar de faltas de respeto, se me ocurre que fomentar determinadas leyes claramente discriminatorias, o colaborar en la comisión de homicidios de españoles en proceso, podría considerarse, no ya una falta de respeto, sino un ataque frontal y despiadado a la sociedad en la que vivimos.
Lo más gracioso de todo esto, es que el ciudadano sostenedor (con sus impuestos) de esta piara de sinvergüenzas (¿se puede decir piara?) que hacen como que nos gobiernan mientras se enriquecen de forma escandalosa, el único derecho que tiene es el de asentir con la cabeza. Si te quejas, la maquinaria opresora de la cleptocrácia española, te machaca con gran entusiasmo… pudiendo ellos faltarte al respeto en todos los campos (económico incluido), pero tú a ellos no.
Cuantas más vueltas le doy más me reafirmo en que las pobres zorras no merecen ser comparadas con ciudadanos como Marina Geli y su pandilla de colaboradores en la tarea de desmantelar una sociedad antaño decente … es una falta de respeto hacia unas señoras que ejercen, como pueden y generalmente con desgana, el oficio más antiguo del mundo.