lunes, 18 de agosto de 2014

Genocidios de segunda

Hay genocidios de primera y genocidios de segunda.
Los genocidios de primera mueven el corazoncito de la prensa y producen “alarma social”...
En ocasiones justifican intervenciones militares por motivos humanitarios.
Los genocidios de segunda no.
Y eso se debe a que las intervenciones militares por motivos humanitarios, simplemente, no existen. Existen intervenciones militares por motivos geoestratégicos, geopolíticos, económicos, ideológicos... que se disfrazan - eso si - de motivos humanitaros, o de prevención frente a peligrosas amenazas nucleares o químicas, pero no se interviene nunca por causa de un genocidio.
Y mucho menos si este es de segunda.
Desde que la cristiandad pasó a llamarse “occidente” las reglas por las que se rige la parte "desarrollada" de la humanidad son pura hipocresía.
Así las masacres perpetradas contra musulmanes en Bosnia, fueron genocidios universalmente reconocidos, televisados y teletipados... Las masacres que se están perpetrando contra zoroastristas, cristianos y cualquier religión minoritaria por parte de los eufóricos representantes de la primavera árabe, no se reconocen como genocidios, son “cosas de la guerra”.
O debe ser algo así, porque cuando cae un cohete en Gaza y se lleva por delante tres palestinos las linotipias arden... Cuando los musulmanes radicales (que son una parte intolerablemente numerosa del conjunto de los musulmanes) decapitan a cuarenta chavales por no abdicar de su fe, no se entera ni el tato...
Las linotipias - en occidente - están al servicio de otra cosa.
Y siento que este desinterés por las matanzas de cristianos se debe a que nuestro cuarto poder considera que la desaparición de la religión (católica) es un hecho deseable.
El budismo, el hinduismo, el zoroastrismo, la meditación trascentental, el yoga... tienen buen predicamento entre nuestros progres. Para ellos son “formas de espiritualidad” admitidas y - si les aprietas - deseables.
Muchos -incluso - sienten un reverencial respeto por el ISLAM, pero lo que identifican como católico les pone del hígado.
El genocidio cristiano en - al menos - tres de los cinco continentes lleva años produciéndose ante la pasividad generalizada de “occidente”.
He llegado a pensar que creen que nos lo merecemos por vaya usted a saber que causa...
Ciudadanos de segunda, genocidios de segunda.
Es lo que tiene vivir en sociedades que son - basicamente - sacos de estiercol.
Democráticos y laicos, pero sacos de estiércol.

jueves, 14 de agosto de 2014

Padre Pajares


Cuando media docena de oenejetas catalanes (que sólo son una pequeña parte de los muchos oenejetas que hay en España) deciden montarse unas vacaciones por el Sahel y, por haber desoído todas las recomendaciones habidas y por haber, son secuestrados por jihadistas, hay que pagar un rescate millonarios y los gastos de repatriación… es lo que se denomina “solidaridad”, “un deber moral”, etc.
Cuando piratas vascos que van a expoliar las reservas de pesca somalíes bajo pabellón de conveniencia (que no español) son secuestrados por una patera de somalíes razonablemente cabreados, hay que pagar un rescate millonario y enviar aviones de la Fuerza Aérea Española a repatriarlos… es lo que se denomina “solidaridad”, “un deber moral”, etc.
Cuando periodistas españoles, enviados por empresas privadas a conseguir entrevistas exclusivas en zonas de guerra, son secuestrados por jihadistas, hay que pagar rescates millonarios, gastarse un pastizal en movilizar militares para intentar liberarlos, y – por supuesto – repatriarlos…  es lo que se denomina “solidaridad”, “un deber moral”, etc.
Si un misionero de San Juan de Dios se queda a cuidar enfermos de ebola cuando ya se han ido todos los oenejetas solidarios de la zona, cuando no queda ni rastro de médicos sin fronteras o ACNUR, cuando los trabajadores del hospital se niegan a atender a los enfermos… repatriarlo para aplicarle un suero experimental es “un dispendio”.
Desempeñar una labor verdaderamente humanitaria, rotundamente humanitaria, incuestionablemente humanitaria… sin enriquecerse o vivir de la subvención (que es lo que hace un porcentaje vergonzosamente grande de las ONG,s inscritas en chorizolandia) no da derecho – según nuestra izquierda - a ser tratado como un pirata vasco o un excursionista “solidario” catalán.
Morir por sus semejantes – aunque sea decapitado – es algo que entra en el escaso sueldo del misionero.
El padre Pajares, que en paz descanse, y su equipo de héroes, han dado un ejemplo de humanidad al mundo entero. Han puesto sobre la mesa una cantidad tal de amor verdadero que cuesta describirlo sin sentir un pellizco en las entrañas.
Pero para nuestra izquierda repatriar a un ciudadano de esta categoría, no es un deber, no es un orgullo… es un “dispendio”.
En cualquier país civilizado esta cuestión no se habría planteado… sólo se plantea en España porque para nuestra izquierda el hecho de que el Padre Pajares sea un religioso católico, lo aparta de la condición de ciudadano.
Para nuestra izquierda sólo se es ciudadano con derechos cuando se es de izquierdas… y no es de ahora, ha sido así desde que se acuñaron los términos “bolchevique” y “menchevique”, hace de esto ya más de un siglo.
Nuestra izquierda está tarada.
Tarada por un odio tan irracional que cuesta trabajo asociarlo a un sentimiento humano.
Yo no siento compasión por el Padre Pajares… tengo la certeza que ha ganado – y de que manera – un lugar preferente entre los justos… yo lo que siento por el Padre Pajares es admiración y gratitud.
Admiración por haber hecho algo tan grande como entregar la vida por amor en un lugar tan pequeño, entre los desheredados de la tierra, y gratitud por demostrarme que todavía quedan hombres capaces de dar tamaño ejemplo.
No es que haya que repatriarlo, es que tendríamos que haberlo hecho a hombros.

martes, 12 de agosto de 2014

Mi sociedad



Nada hace tan patente la realidad social española como un viaje de ocho horas en un ferry…
Adquieres un pasaje “en butaca” – que te cuesta un dineral – y cuando te acomodas ves que alrededor tuyo se sientan una colección de personajes que (en un país serio) no los dejarían viajar ni en las bodegas.
Manadas de horteras multitatuados que viajan con una indumentaria que sirve  lo mismo de pijama que de bañador, calzados de chancletas, con el pelo cortado por un descendiente de los cherokees… o un grupo de “kumbayás” (postadolescentes y guitarreros) que vienen de hacer un tour en bicicleta por Menorca (lo sé porque la ropa que llevan es propia de montar en bicicleta, las mochilas indican que no viajaban de hotel en hotel y el olor que expelen, que tampoco se han molestado en ducharse antes de subir al barco).
Algunos padres con aspecto de surfero venido a menos y de no conocer la crema de afeitar, pastorean niños silvestres por los pasillos. Las criaturas emiten sonidos estridentes o se engalanan con pataletas chillonas (despertando a todos los que tratan de dormir una breve siesta) sin que los mentados progenitores A o B se molesten en decirles que se comporten como seres humanos o, al menos, se los lleven a dar un paseo por cubierta.
Tanto los horteras como los kumbayás comen en el autoservicio del barco… que tengan aspecto de indigentes no significa que su poder adquisitivo no sea mayor que el mío.
Soy dolorosamente consciente de que pertenezco a otra España.
Soy de una España desaparecida en las nieblas de la horterada, el paletismo, la incultura y la mala educación.
En aquella España que conocí de niño los padres, independientemente de su extracción social, trataban de educar a sus hijos. He conocido siendo niño a chatarreros que se enorgullecían de la caligrafía de sus hijos y de las buenas notas que sacaban en el colegio. Personas que trataban de ocultar su rudeza mediante modales un poco forzados, pero modales al fin y al cabo. En la España que conocí el que procedía de la nada era consciente de sus limitaciones… y trataba de disimular sus carencias.
Hoy de la carencia se hace gala. De la mala educación bandera. De la condición de patán estandarte… y a los demás, que les vayan dando.
No tenemos problemas políticos o económicos… no en comparación con el inmenso problema social con el que nos levantamos de la cama todos los días.