Nunca he creído en los salvapatrias. Tras el discurso facilón y demagógico (valga la redundancia) de todos ellos, se esconden siempre intereses torticeros.
Tampoco me gusta la apropiación de causas. Que la izquierda berreona se declare “ecologista”, por ejemplo, no significa que los que no somos de izquierdas estemos por la destrucción de la naturaleza, tal como pretenden hacernos creer.
Me molesta la mentira salga de la boca que salga.
Me molesta la hipocresía independientemente de quien la practique.
Y sobre todo me molesta que digan que hacen las cosas en mi nombre, por mi bien, en mi representación... si quiero hacer algo lo haré yo mismo, gracias.
Así es el 15 M.
Dicen que hacen las cosas para defenderme, pero aparte de vociferar, sacar a la calle trapos de a tres colores y retar a la policía ¿que otra cosa hacen?
Dicen que defienden la democracia, pero solo aceptan opiniones de izquierdas o ultra-izquierda, sólo atacan al PP, a los medios de comunicación de derechas, a la Iglesia (a los peregrinos de las últimas Jornadas de la Juventud)... ¿que entienden estos tíos (y tías) por democracia?
Dicen que nos representan, pero en las últimas elecciones generales (que es donde se pelea lo de la representación) no han cosechado un sólo voto. ¿cómo pueden afirmar que sus acciones cuentan con mi aprobación?
Y dicen que yo no quiero una democracia, que estoy en contra de la educación para todos, que odio a los inmigrantes, que no quiero una sanidad universal, que pretendo destruir la naturaleza, que quiero imponer mi religión, que estoy a favor de oprimir a los trabajadores, que soy un “fascista”, al fin, porque no creo que lo que hacen sirva para nada, porque no me dejo “comer el coco” por sus consignas y porque dudo de sus buenas intenciones.
Dicen que otro mundo es posible... y en eso les doy la razón, si perseveramos lo suficiente llegaremos de la mano del 15 M a una república bananero-marxista tipo Cuba, con sus románticas boletas de racionamiento y sus periodistas disidentes en la cárcel.
Si algún indignado lee este artículo dirá que miento cuando afirmo que quieren una república bananera. Pero “esto” no va de lo que quieren los cabreados y sudorosos vociferantes que salen a la calle, va de lo que quiere el grupito de manipuladores profesionales que los jaléan... y esos si que lo tienen claro.
Los “indignados” son la pataleta de la sociedad del bienestar.
Son el resultado de años de ir perdiendo por el camino los valores que hacen grandes a los pueblos. Son el resultado de haber dejado la educación en manos de desaprensivos... de chusma más preocupada por adoctrinar al alumno, por hacer acción política, que por enseñarle a pensar.
Son el resultado de la coronación de lo cutre, la exaltación de lo feo, el triunfo de la mala educación, la implantación de lo obsceno.
Creen tener derechos pero carecen de deberes... son unos niñatos mimados por una sociedad estúpida.
No tienen trabajo, pero casi siempre es porque son incontratables, porque no saben hacer nada, porque cualquier cosa pisotea sus derechos laborales, porque no están dispuestos – al fin y al cabo – a trabajar. Y porque no pueden sobreponerse a sus prejuicios... ¿quién quiere un trabajador así?
Entre ellos hay muchos (yo conozco a algunos) que viven como auténticos pijos, en urbanizaciones a las que el abajo firmante, dado sus ingresos, no tiene acceso... cuyos padres – muchos de ellos socialistas – han estado trincando del erario los últimos dos lustros.
Son “anti-sistema” sin especificar el sistema al que se oponen...
¿Democracia real?... ¡con su pan se la coman!