viernes, 18 de febrero de 2011

El rancio paradigma

 
Soy, lo sé, un ente extraño.
Nací – ustedes me perdonen – en el seno de una familia que llegó a ser numerosa. De hecho soy el tercero de mis hermanos.
Me avergüenza confesarlo, pero tengo padre y madre, es decir, progenitores de diferente sexo… y para colmo de males, éstos han vivido juntos desde que tengo recuerdos.
Pasé mi infancia sobreviviendo a duras penas en un ambiente que hoy en día podríamos denominar rancio, de ultraderecha y encasillable dentro del modelo de la Conferencia Episcopal.
Mi padre trabajaba como un auténtico animal de carga para traer a casa un sueldo que rara vez llegaba a fin de mes, y mi madre – oprimida por un modelo social injusto – hacía juegos malabares para darnos de comer, vestirnos y educarnos.
Como la vida es como viene, cuando han pintado bastos he tenido que recurrir a ellos… y me han ayudado económicamente. De la ayuda moral, el apoyo, los esfuerzos por incrementar mis niveles de autoestima y el amor incondicional a mis hijos, ni hablemos.
Mis hermanos – por otra parte - están siempre ahí.
Somos una pequeña ONG - bastante bien avenida dicho sea de paso – que se rige por un paradigma rancio, de ultraderecha y encasillable dentro del modelo de la Conferencia Episcopal.
Hace ya una cantidad sorprendente de años, conocí en Sevilla a una muchacha con la que comparto existencia y descendencia (ateniéndonos estrictamente a ese modelo rancio antes mencionado).
Y lo mas espantoso de todo es que creo (aquejado quizá por algún síndrome de nombre extranjero) que haber vivido en tan espantosas circunstancias, ha sido lo mejor que me ha pasado en mi vida.
Se que cuando me falte lo demás, esta cosa rancia, de ultraderecha y encasillable dentro del modelo de la Conferencia Episcopal, acogerá los pedazos de mi absurda existencia con incomprensible solidaridad y altruismo.
A esta cosa rancia, tradicionalmente se le ha denominado “familia”… y es algo tan grande, tan nuclear, y de una trascendencia tan elevada, que a esta partida de anormales que nos gobiernan les molesta en extremo.
Soy, lo sé, un ente extraño.
Casi tan extraño como usted.
Y doy gracias a Dios todos los días por haberme permitido sufrir una existencia rancia, de ultraderecha y encasillable dentro del modelo de la Conferencia Episcopal.