La maquinaria del odio, nuevamente, se ha puesto en marcha.
En plena campaña electoral, cuando mentir está consentido y se hacen promesas que nunca se van a cumplir, el PSOE, con ZPedro a la cabeza, se lanza a la piscina de las estupideces consciente de que la bilis, en España, da mejores resultados electorales que las neuronas.
La vieja piel de toro ha tenido siempre un número enorme de tontos, algo que en mi opinión sucede con la mayoría (por no decir totalidad) de los países del mundo.
Es cuestión de estadística. Los cualificados son siempre menos que los no cualificados… y el número de intelectuales de verdad (no esa caterva de indigentes que se lo llaman entre ellos) es muy pequeño.
Sin embargo, la unión de tontos con listos da resultados diferentes en cada uno de los países.
La sociedad, que no deja de ser el conjunto de los tontos y los listos, atempera en muchos países la tontería colectiva… supongo que en base al reconocimiento por parte del tonto, de la existencia y los méritos del listo. Reconocimiento que – por supuesto – obliga al listo a tener que hacerse merecedor de su condición, tanto moral como intelectualmente.
En España no es así.
Pongo por ejemplo cierta dimisión de un ministro centroeuropeo al descubrirse que plagió parte de su tesis doctoral… ¿Alguien se imagina que esto pueda suceder en España?
Aquí, cualquier tonto sin formación ni calidad moral conocida, puede cobrar del erario público por voluntad del resto de la piara.
A la piara no le molesta que el cochino alfa sea un sinvergüenza, un trilero, un ladrón, un mentiroso o un idiota… porque es, a la postre, “uno de los nuestros”.
Y este hecho (fácilmente constatable) explica muchas de las deficiencias sociales de nuestro país.
En las pasadas elecciones, el objetivo de ese PSOE que dirige el guapete de la voz engolada, fue – exclusivamente - expulsar al PP de las instituciones.
No importaba como o con quien tuviese que pactar.
No había programa electoral, solo odio y un objetivo.
De hecho – en Madrid – el señor Carmona se presentó diciendo mamarrachadas tales como que si ganaba la alcaldía, impulsaría la utilización de lago de la Casa de Campo para hacer naumaquias…
Ahora, cuando este PSOE, que está en caída libre desde que empezó a escorar hacia su izquierda, se ve ante el panorama desolador de alcanzar por méritos propios un número ridículo de diputados, su dirigente se descuelga con las tradicionales simplezas contra la Iglesia Católica.
El motor del odio – nuevamente – en marcha y a todo trapo.
A la simple inspección de la figura, se puede constatar que – en España - la Iglesia Católica hace ya mucho tiempo que perdió su influencia social.
El único colectivo sujeto a su influencia es el conjunto de los que se declaran católicos “practicantes” (adjetivo incomprensible que indica que en España se puede ser católico al margen de los criterios de Roma).
Este colectivo al que pertenezco, numeroso aunque minoritario, supone para la izquierda un peligro de tal magnitud que desata – sistemáticamente – sus iras en campaña electoral.
Como los árabes con los judíos, la izquierda busca la expulsión de los católicos de la sociedad.
No les basta con que desde el punto de vista legislativo seamos ya irrelevantes, nos quieren socialmente muertos.
Sorprendentemente, esta aspiración “laicista”, solo es de aplicación a los que profesan el catolicismo… con los musulmanes en concreto y el ISLAM (esa religión que dice que la mujer vale la mitad que el hombre) son increíblemente comprensivos y tolerantes.
No acabo de entender esta obsesión de la izquierda por convertir a los católicos en ciudadanos de segunda, sin derechos, en un Estado cuya Constitución ampara la libertad de culto.
Claro que al votante de izquierdas también le cabrea que tengamos un himno, una bandera, un ejército…
Como dijo Alfonso Ussia, en la clasificación de tontos, el que ocupa el primer puesto es el tonto “ciudadano del mundo”, y de estos jiliprogres trasnochados, en España, hay a cascoporro.
El triunfo de la bilis sobre la neurona.