martes, 13 de noviembre de 2012

Una delgada linea roja


Antes de que los seiscientos cabalgasen por el valle de la muerte, una delgada linea roja, de a dos en fondo (el 93 regimiento de Highlanders) detuvo una carga de caballería rusa.
El valor suicida de los lanceros de la Brigada Ligera, pasó a la historia en un hecho tan absurdo como heroico, pero lo del 93, no fue para menos.
Aguantar de pié, imperturbable, cuando la tierra tiembla y el ruido de los cascos de los caballos se hace ensordecedor, consciente de tu inferioridad ante el caballo, sabiendo que entre tu y la muerte media únicamente una sencilla bayoneta y tu voluntad incuestionable de mantenerla en alto, tiene un mérito enorme.
Hoy, cuando a nuestro alrededor tiembla la tierra y sufrimos el azote cruel y despiadado de quienes están decididos a destruirnos, de quienes tienen en sus manos los medios de comunicación, la enseñanza, el dinero, el poder... de quienes poco a poco, siguiendo esa ruta de ingeniería social firmemente trazada a mediados del siglo XX, tratan de erradicar nuestro credo, nuestra presencia y nuestra libertad misma, somos los cristianos una delgada linea roja frente a la locura programada de sus caballos desbocados.
Galopa España hacia el abismo moral, hacia el relativismo absoluto, hacia la aceptación de ese único e inmenso error que nunca debimos cometer, hacia la ausencia de lo que nos eleva sobre el barro, hacia la nada mas vacía, hacia la sociedad de hombres huecos que perpetúan en el poder a la minoría canalla que nos gobierna.
Frente a ellos, de dos en fondo, abrazados a nuestros fusiles, mirando de reojo a los viejos camaradas que nos flanquean, esperamos el embite arrollador del sinsentido.
Cargarán contra nosotros y nos harán muchas bajas... pero al final, un puñado de hombres dispuestos – los que queden en pié - alzarán su estandarte sobre los restos de la caballería enemiga.
Será así porque así, precisamente así, inexorablemente así, ha sido desde que el hombre izó una cruz para cometer la injusticia mas grande del Universo.
Será así, no os quepa duda.
Y yo, con frecuencia siento que cuando todo acabe, no estaré entre los que sostengan el estandarte, pero tened por cierto que cuando miréis de reojo, prestos a recibir el golpe de sus enfurecidas monturas, yo estaré a vuestro lado apretando los dientes.