miércoles, 14 de septiembre de 2011

El Garellano

28 de diciembre de 1503

Completa victoria del Gran Capitán sobre el ejército francés al mando del marqués de Saluzzo, a resultas de la cual los franceses abandonaron Nápoles.

Un mes y medio después del último intento de los franceses por cruzar el rio Garellano, y tras haber sido reforzado con 3.000 soldados italianos al mando de Bartolomé Albiano, jefe de los Ursinos, el Gran Capitán decidió llegado el momento de asestar un golpe definitivo al ejército francés acampado frente a él en la orilla derecha del río Garellano.

El sencillo plan concebido por el Gran Capitán consistía en un ataque al campamento francés tras haber cruzado el río por un puente que habría que tenderse unas cuatro millas aguas arriba del puente de barcas construido por los franceses en la jornada del 6 de noviembre. El nuevo puente fue tendido con todo sigilo la noche del 27 al 28 de diciembre. Al día siguiente los españoles se pusieron en movimiento.

Bartolomé Albiano iba en vanguardia con la caballería ligera. Pedro Navarro iba a continuación con el cuerpo de infantería española, donde marchaban García de Paredes, Zamudio, Pizarro y Villalba. Le seguía Próspero Colonna con los hombres de Armas. Cerraba la marcha el Gran Capitán con el resto del ejército. Las tropas de Albiano y Pedro Navarro sorprendieron un destacamento normando y de caballería francesa en Suio y lo arrollaron a su paso.

En vista del mal tiempo reinante desde hacía un mes y medio y de que las lluvias no cesaban, el marqués de Saluzzo, nuevo jefe del ejército francés, decidió retirarse a Gaeta a pasar el invierno, por creer imposible realizar ninguna operación militar en aquellas condiciones climatológicas. Ya había tomado acciones para iniciar esta retirada, pues había embarcado la artillería para que la llevasen por el río hasta el golfo de Gaeta, pues su traslado por aquellos empantanados caminos habría impedido la marcha del ejército francés. Por tanto, su sorpresa fue grande cuando los supervivientes del ataque a Suio le anunciaron la llegada inmimente de los españoles. El marqués ordenó la inmediata retirada a Gaeta. Cuando las tropas de Albiano y Pedro Navarro llegaron al campamento francés lo encontraron vacío.

La caballería de Albiano y Colonna se adelantó y alcanzaron a los franceses cuando pasaban por un puente sobre el lecho de un corto rio que hay antes de llegar a Mola di Gaeta, y les obligaron a hacerles frente, cosa que el marqués de Saluzzo hizo para evitar que la retirada se convirtiera en una desbandada. Al llegar al lugar el grueso del ejército del Gran Capitán, la infantería de Pedro Navarro y de García de Paredes atacó con tal ímpetu que los franceses atravesaron el puente y se refugiaron en Mola dispuestos a pernoctar aquella noche.

El Gran Capitán ordenó a Pedro Navarro y a García de Paredes que marcharan fuera de caminos hasta colocarse detrás del pueblo para cortar la retirada al enemigo y atacarles de flanco y por su retaguardia. Al amanecer del día siguiente, los franceses salieron de Mola. Les siguió el grueso del ejército español y cuando les alcanzaron, las tropas de Pedro Navarro y García de Paredes atacaron de flanco y por la retaguardia, provocando el colapso de los franceses, que se desbandaron e iniciaron una desordenada huida perseguidos por la caballería de Colonna, abandonando la artillería que llevaban consigo, banderas, equipajes y carros de transporte. Los supervivientes de aquel día se refugiaron en Gaeta, mientras que el ejército vencedor acampó aquel día en Castiglione, frente a Gaeta.

Los franceses sufrieron entre tres y cuatro mil muertos, y otros tantos desaparecidos y prisioneros. Ese día el caballero Bayardo de distinguió por su valor, peleando como un bravo y perdiendo tres veces su caballo. La destrucción del ejército francés fue total, de manera que el 1 de enero se efectuó la capitulación de Gaeta y el abandono de los franceses del reino de Nápoles.


viernes, 9 de septiembre de 2011

Castelnuovo

Julio de 1539, fortaleza de Castelnuovo (en la actual Montenegro). La guerra contra los turcos ha llevado a las potencias europeas a aliarse entre sí y a emprender una ofensiva que se encuentra en punto muerto. El reino de España no participa activamente en la contienda pero Andrés de Sarmiento, al mando de sus 3.000 hombres, asalta el enclave estrategico de Castelnuovo y lo conquista para la alianza.
Como suele suceder en estos casos, la avaricia no tarda en hacer acto de presencia y las potencias empiezan a discutir entre ellas sobre la propiedad de la fortaleza: Fernando de Austria deja de pagar tributos al sultán otomano, los venecianos reclaman el bastión en valor de sus intereses comerciales en el Mediterráneo y Carlos I de España, viendo que el tercio de Nápoles ha obtenido el control de la fortaleza y que la empresa puede empezar a ser lucrativa, se niega a ceder su control.
Finalmente, las relaciones se enquistan y la situación nos presenta a tan sólo 3.000 soldados españoles y una armada de 49 naves que deberán enfrentarse en solitario a todo el poder del imperio otomano.
Una flota comandada por Jeireddín Barbarroja se despliega en la bahía de Castelnuovo y Andrea Doria, el comandante genovés al mando de las 49 naves de la armada, sale huyendo de la zona por miedo a verse sin escapatoria en medio del combate que, sin duda, se avecina.
La fuerza naval turca está compuesta de 130 galeras y 70 galeotas tripuladas por 20.000 marinos y, mientras estos terminan de cerrar el cerco en torno a la fortaleza, los soldados españoles asisten en silencio desde las almenas al espectáculo de los 30.000 infantes con los que el Ulema de Bosnia está rodeando Castelnuovo.
La ofensiva comienza con un balance de 50.000 a 3.000 favorable a los turcos pero, pese a que el tercio de Nápoles está cansado y mal alimentado, la infantería otomana no consigue hacer mella en las murallas de Castelnuovo y un gran número de ellos son abatidos sin que los españoles hayan sufrido aún ni una sóla baja.
Barbarroja, viendo el percal, intenta negociar una rendición honrosa para el tercio que defiende el bastión y expone una serie de condiciones que los soldados deberán cumplir a cambio de sus vidas... pero Sarmiento no está de acuerdo y le dice al comandante turco que "vengan cuando quieran".
Ante semejante desaire, Barbarroja ordena sembrar de artillería los alrededores de la fortaleza y bombardear sus murallas hasta que quedaran reducidas a escombros.
La nueva estrategia de los turcos surge efecto y la plaza es derruída casi por completo pero, antes de dar por finalizado el asedio, las tropas otomanas asaltan las ruinas y se encuantran con una desagradable sorpresa: 600 soldados del tercio de Nápoles que han sobrevivido al bombardeo y que se baten con ellos espada en mano obligándoles a retirarse.
En la segunda batida, los turcos atacan con más cautela y, por fin, los 200 españoles que aún quedan en pie deponen las armas y entregan los escombros de la fortaleza a Barbarroja dejando tras de sí un balance de 20.000 soldados otomanos abatidos.

(extraido de con H de historia)

¡Dios, Qué buen vassallo! ¡Si oviesse buen señore!

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- , el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
“¡Buen Cid, pasad...! El rey nos dará muerte,
arruinará la casa,
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid no ganáis nada!”
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita “¡En marcha!”
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al desierto, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.



Manuel Machado (1874-1947)