Dos amigos, un alemán y un español, se encuentran dando un paseo por el infierno.
Tras los correspondientes abrazos y frases de cortesía, uno le pregunta al otro: ¿qué tal es el infierno alemán?... el teutón explica que el infierno alemán es un lugar donde durante ocho horas al día, los condenados son colgados por los pulgares a metro y medio del suelo y un operario con una escalera, un cubo lleno de excrementos y una brocha, va untando a los infelices hasta que están completamente rebozados en detritus… cuando el cubo se vacía, desaparece unos minutos y regresa con el cubo lleno para repetir la operación una y otra vez…
Y el infierno español, ¿cómo es?, pregunta el alemán.
Pues mas o menos igual – responde el interpelado – sólo que en el infierno español, cuando hay escalera y brocha no hay cubo, cuando hay cubo y brocha no hay escalera, un par de veces por semana se quedan sin excrementos y las bajas laborales de los operarios son continuas.
El chiste habla de la forma de ser de los españoles como sociedad.
Alimenta un tópico que - como todos los tópicos - no deja de tener un fondo de realidad.
La falta de organización, el individualismo feroz e irracional que nos engalana y la aversión al trabajo, hace de los españoles un pueblo muy poco preparado para afrontar una crisis económica.
Si a eso unimos la envidia (causa, o tal vez efecto de nuestra forma de ser) el resultado es nuestra “joven democracia”.
En esta joven democracia, cuando un político es pillado en falta, no hay dimisión.
Si lo que comete es un delito, no hay cárcel.
Si hay dimisión y cárcel por un robo, no devuelve el dinero.
Y de sus actos, los funcionarios públicos, no dan cuentas… usando la maquinaria del poder contra el pueblo que los ha elegido.
Rubalcaba, el encarcelable, responde a los periodistas con chulerías durante ese acto en el que se supone que – como portavoz del gobierno – debería dar explicaciones de los actos del gobierno al pueblo que dice servir.
Zapatero, el traidor, ese que pactaba con ETA al tiempo que firmaba pactos antiterroristas con el PP, está desaparecido de la vida política… no del ejercicio del poder, pero sí de sus responsabilidades.
Las multisueldos por paridad, la Leire (que no ha dejado la poltrona) y la Pajín (que sigue amenizando nuestra vida con sus ocurrencias de Tancredo) sólo se suben a la palestra para eructar alguna estupidez que – además – nos costará (seguro) un dineral.
Del ministro de industria, lo más parecido a un comercial de Iberdrola que conozco, sólo abre la boca para subirnos la luz, el gas y los combustibles.
La Sinde nos revienta el ocio en beneficio de su camarilla de subvencionados y de los choricetes de la SGAE.
Gabilondo soporta la deseducación anticristiana (algo que no está nada mal para un exseminarista) permitiendo que rectores como “Berzotas” usen las universidades para materializar sus paranoias de comecuras y quemaiglesias.
Chacón – la del “tots som Rubianes”, ese hideputa que se refería a mi Patria como la “puta España de los cojones” – cabrea a los militares con leyes injustas y bajadas de sueldo (del ridículo sueldo que perciben, dicho sea de paso)…
Por cierto, ¿qué ha sido de la ingrávida Salgado?... estaba en algo relacionado con economía ¿no?
La ministra de los mandatos de la ONU, conocida anteriormente por gestionar la millonaria crisis de la gripe inexistente, no termina de explicarnos porqué estamos metiendo las narices en una guerra que ni nos va, ni nos viene.
Y es posible que me deje algún ministro, pero, si es así, se debe a que no se me sus nombres ni les pongo cara, porque aparte de cobrar sueldos desproporcionados, no consta en ellos actividad alguna.
Porque aquí, en esta joven democracia, no hay decencia política, vergüenza torera, ni oposición alguna a esta partida de robaperas que – en el infierno alemán – ya habrían dimitido en masa.