De unos años a esta parte el españolito de a pié está abocado a suscribirse al “discurso del miedo” o al “discurso del odio”.
En el voto, el peso de estos discursos es demoledor.
La izquierda se adhiere con entusiasmo al discurso del odio. Es éste un discurso zafio, cuajado de medias verdades, mentiras manifiestas, populismo barato y estupideces gigantescas… pero eficaz con las tripas que – seamos sinceros - es el órgano que usa el español cuando decide su voto.
La derecha política explota esta adhesión irracional de la izquierda al soniquete revolucionario para acorralar a su votante tradicional con la amenaza del Diluvio Universal… y le funciona de maravilla.
Por un lado el “voto de la entraña”, por el otro, el denominado “voto útil” que, a la postre, sólo resulta de utilidad a los sinvergüenzas que lo propugnan.
Admito haber sucumbido en unas cuantas ocasiones al voto útil.
Con la “pinza en la nariz”, por “el bien común”, para “evitar el desastre”, he dado mi voto a un grupo político miserable que no me representa ni merece mi respeto.
Pero el hastío me supera.
En las próximas pantomimas, o bien no me acercaré a la pecera, o iré a votar por algún partido minoritario que no me ofrezca dos tazas de este caldo.
A esta decisión ha contribuido también ver la deriva que va tomando ese partido que dice ser de derechas pero hace la política de Zapatero (el peor presidente del gobierno en España desde que nos escaqueamos de ser una república socialista soviética)... un partido que puede cambiar diputados con Ciudadanos e incluso con el PSOE sin que le crujan las cuadernas.
De hecho, hace tiempo que vengo manteniendo que para hacer de Felipe González nos sobran gallegos.
¿O no?