La verdad, tal y como yo la percibo, es que lo de Cataluña no tiene solución pacífica.
No me malinterpreten, lo que estoy diciendo es exactamente lo que digo, que no existe solución política, diplomática, consensuable ni filosófica.
No se puede consensuar cosa alguna con quienes parten de la premisa de no hay nada que consensuar. No se puede negociar con quien considera que cualquier negociación es un agravio. No se puede mantener dentro de España a quien no desea ser español… no se puede hablar de territorialidad con quien no está dispuesto a admitir otra cosa que no sea la cesión absoluta de la soberanía.
Flota en el ambiente una corriente optimista (injustificada desde mi punto de vista) que sostiene que en Cataluña los que desean “irse” son menos que los que desean “quedarse”… y a lo mejor tienen razón, pero no hay hechos que apoyen este argumento.
De hecho, cuando se producen las únicas encuestas medio fiables que se hacen es España (los referéndums), en Cataluña, un cuarenta y tantos por ciento largo de los llamados a las urnas se abstienen de levantar el culo del sillón… se puede interpretar que los de nalgas inmóviles, de votar, votarían según tus deseos, pero lo cierto es que no se puede saber en que platillo de la balanza depositarían su voluntad.
Del cincuenta y poco por ciento restante, una cantidad importante de votos va a formaciones social-separatistas, anarco-separatistas, eco-separatistas o liberal-separatistas… pero muy pocos votos van a las formaciones políticas “constitucionalistas”.
Es cierto que en el conjunto de los ciudadanos con derecho a voto, los que desean la secesión representan un porcentaje pequeño (el setenta por ciento del cincuenta por ciento, es – en definitiva – el treinta y cinco por ciento del total) pero a falta de inventario del voto nalgo-estático, las afirmaciones acerca de los deseos del “pueblo catalán” son, como poco, aventuradas.
Dejando al margen el hecho de que cuando una finca es de cinco no se puede producir la venta de una parte sin el consentimiento de los cinco, por mucho usufructo que uno de los cinco tenga sobre una parte, lo cierto es que esta norma elemental no parece querer aplicarse cuando la finca tiene 32.106,5 kilómetros cuadrados y 46,77 millones de propietarios… no hay, según se dirime, “voluntad política”.
Con objeto de evitar que esa mentira de la “opresión de España sobre Cataluña” se haga realidad, es decir, con objeto de evitar el encarcelamiento o destierro de los que desean apropiarse de algo que no les pertenece (por mucho que lo “sientan” así), los sucesivos gobiernos han ido cediendo competencias, aligerando exigencias, e incluso perdonando deudas adquiridas con el erario público… creando – de paso - agravios comparativos entre regiones y permitiendo que se materializase la falta de igualdad del ciudadano ante la Ley.
Y el resultado de tanto esfuerzo ha sido – a las pruebas me remito – el inverso al deseado.
En estos momentos los “illuminati” de la progresía plantean la solución federal en un ejercicio aterrador de desconexión de la realidad. Si no ha servido el modelo autonómico ¿servirá el federal?... o dicho de otro modo, el que desea la secesión de Cataluña ¿se conformará con un modelo federal?. Es evidente que no, luego la solución federal será otra cosa, pero “solución” no es.
Y como digo siempre, si la solidaridad autonómica es ya un chiste de mal gusto, ¿existirá la solidaridad federal?
También hay quien dice que el “seny” del catalán (el “sentido común”) le impedirá escindirse de su mercado natural… que por razones puramente económicas, Cataluña está abocada a mantenerse dentro de España… que es "eso" o la "ruina". Y – yo que quieren que les diga – si la única razón que encuentran un presuntamente nutrido grupo de ciudadanos de Cataluña para mantener su españolidad es que en caso contrario pierden un porción importante de sus beneficios económicos, el que no está seguro de quererlos dentro de España empiezo a ser yo.
Mientras tanto admitimos que se nos culpe de todas las tropelías que los gobiernos secesionistas están haciendo en Cataluña, que se nos tache de ladrones, insolidarios, explotadores, opresores y toda suerte de lindezas sin que nadie mueva una uña.
Admitimos que los políticos catalanes se pasen por el arco del triunfo las decisiones de los tribunales del Estado, que se ofenda al los símbolos institucionales de la Nación, que se considere una “provocación” que la bandera de España ondee – que cosas – en una parte España… que los representantes del Estado (por delegación) la retiren de los edificios públicos sin que pase nada…
Admitimos, en definitiva que se materialicen toda suerte de fechorías sin intervenir para no crear “alarma social”…
Ningún país civilizado admitiría lo que estamos tragando… y ninguno de los no civilizados habría permitido la centésima parte.
Ya lo dijo Churchil: “Para no ir a la guerra perdimos la dignidad, y – al final – tuvimos que ir a la guerra”
No busquen “soluciones pacíficas”, este conflicto (tal y como está evolucionando) no las tiene.
Es mi opinión.